Las cosas por su nombre

Por Ramón Alfonso Sallard

En política, si se pretende trascender, no sólo hay que parecer: hay que ser. Aunque, es cierto, revelar su verdadera naturaleza no siempre favorece a quienes se dedican profesionalmente a la política. Por ejemplo, cada aspirante a la presidencia de la República es lo que parece ser: Claudia es una mujer preparada, consistente y metódica; Xóchitl es ocurrente e improvisada y exhibe grandes lagunas educativas y culturales; Jorge Álvarez Máynez, por su parte, es un joven frívolo capaz de exhibir borracho, en redes sociales, toda su vacuidad.

La candidata de Morena ya recibió el bastón de mando por parte de AMLO y se nota; su mensaje de continuidad es claro; tiene propuestas concretas, programa y hoja de ruta. La aspirante opositora apela al miedo como único recurso. El candidato de MC tiene como meta conservar el registro de su partido. ¿Qué propone y cómo? No queda claro. Los tres eventos de inicio de campaña, en la forma y en el fondo, reflejan con claridad la actual correlación de fuerzas entre las formaciones políticas en contienda. Aunque Héctor Aguilar Camín aún cree en Santa Claus, este arroz –la presidencia– está más que cocido.

El Plan C es el que todavía puede ser vulnerado por la oposición, ya que la definición por cuotas y cuates de algunas candidaturas han generado enorme resistencia entre las bases obradoristas. Sin embargo, la coalición conservadora, que ha errado estrepitosamente su estrategia, no ha detectado esta vulnerabilidad. ¿Qué sucedería si en lugar de mentir de manera burda y ofensiva optaran por la verdad? Hay, por lo menos, un par de delincuentes en las listas de Morena y de sus aliados, que no resisten el mínimo escrutinio. Bien dice AMLO: la verdad es revolucionaria, la mentira es reaccionaria.

La movilización en el Zócalo de la 4T el viernes pasado triplicó la movilización opositora del 18 de febrero en ese mismo lugar. Movilización aquella, por cierto, que pretendió disfrazarse de “sociedad civil” y en “defensa de la democracia” en la que prevaleció, sin embargo, el discurso descalificatorio de los oradores al presidente de la República y a su gobierno, así como también las consignas de odio de los asistentes, a partir de tres mentiras básicas viralizadas con robots en redes sociales: “narcopresidente”, “narcogobierno” y “narcocandidata”. En el mitin de inicio de campaña de Claudia, en cambio, la candidata de izquierda presentó 100 propuestas de gobierno ante un público que respondió con algo que es fundamental en todo movimiento social y en toda causa política que aspira a la transformación: el sentido de pertenencia.

Xóchitl, por su parte, inició campaña durante las primeras horas de ese día en Fresnillo, Zacatecas, municipio con una alta percepción de inseguridad que ha sido afectado por delitos de alto impacto. Ahí repitió varias veces, como eslogan de campaña, que “México tiene miedo”.  Para desvanecer ese miedo, ofreció una mega cárcel –al estilo de Bukele en El Salvador– y alejar a las fuerzas armadas del país de tareas civiles de construcción, a fin de enfocarlas de tiempo completo a combatir la delincuencia. Es decir, no más despliegue de la política de “abrazos no balazos” implementada por la 4T. Lo que en síntesis anunció fue que, de obtener la presidencia, reanudaría la guerra contra el narco instrumentada por Felipe Calderón al inicio de su administración.

A este mala lectura del interés de la población por una guerra declarada sin diagnóstico previo ni estrategia, la cual ha propiciado una crisis humanitaria sin precedentes en el país, la candidata opositora sumó otro despropósito: en un mitin posterior se pinchó un dedo, y con la sangre que emanaba de él firmó ante notario público un documento en el que se comprometía a mantener los programas sociales de la actual administración.

La maniobra de Xóchitl, que buscaba atraer la atención como lo haría cualquier “influencer” ávido de notoriedad, produjo, sin embargo, varias lecturas, y todas ellas resultaron adversas a la panista y a sus estrategas mediáticos por las siguientes razones: 1) comprometerse a mantener los programas sociales que su partido, el PAN, votó en contra, es un reconocimiento a las políticas redistributivas implementadas por el presidente y su gobierno; 2) firmar ante notario con su propia sangre el compromiso de mantener los programas sociales de la 4T significa un reconocimiento explícito de que su palabra no basta o no es creíble; y 3) sellar con sangre los compromisos es una ceremonia propia de la Cosa Nostra siciliana y de otras mafias ancestrales para admitir nuevos integrantes al grupo delincuencial.

La derecha está totalmente extraviada. Tal cual escribió el articulista Hernán Gómez ayer domingo en El Universal: “La campaña de #NarcoPresidente y #NarcoCandidata, que se ha instalado en redes sociales con particular fuerza, es una de las mayores bajezas en que ha incurrido la oposición, pero también una muestra diáfana de su desesperación. Y es que, hasta ahora, han sido incapaces de instalar en la sociedad ninguna de sus narrativas en contra de López Obrador, salvo en ciertos círculos. No han logrado bajarlo en sus índices de aprobación, ni que remonte su candidata frente a la exitosa campaña de Claudia Sheinbaum.”

Tan fácil que sería realizar una campaña a partir de hechos que constituyen verdades legales e históricas, en lugar de difundir invenciones tan burdas. Pero han sido incapaces de detectar los daños colaterales que dejan en el camino las disputas por el poder una vez que se consigue la victoria, y nadie de la 4T parece estar dispuesto a hacerles la tarea. Quizá ni siquiera así la oposición tendría un poco de credibilidad para plantear dilemas éticos a la candidata de izquierda.

Por Redaccion

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