Las cosas por su nombre

Por Ramón Alfonso Sallard

José Carreño Carlón se desempeñó como diputado federal priista por el XXII distrito electoral del DF, de 1982 a 85. Cuando terminó su período fue designado subdirector de El Universal. En 1986 se cambió a La Jornada con idéntico cargo. Su nombramiento permitió a la nueva publicación dejar atrás el boicot publicitario gubernamental que el diario padeció en su primer año de vida, pero a la vez cohesionó en su entorno a un creciente e influyente grupo interno –Pablo Hiriart era un actor destacado–, el cual apostaba por la candidatura presidencial priista del secretario de Programación y Presupuesto, Carlos Salinas de Gortari.
El periodista de origen sonorense permaneció en La Jornada hasta 1988, cuando la polarización política fracturó al grupo fundador. El directivo jugó un papel importante en el disenso, pues desde la columna que publicaba semanalmente en el rotativo hacía gala de fe salinista, mientras en las mismas páginas una gran mayoría de articulistas respaldaba al aspirante presidencial de izquierda, Cuauhtémoc Cárdenas, quien después de los comicios denunció en todos los foros posibles que había sido despojado del triunfo mediante el fraude electoral.
Carreño Carlón renunció a la subdirección de La Jornada y asumió la Dirección General de El Nacional una vez que tomó posesión el nuevo gobierno. El diario, dirigido en el pasado por personajes de izquierda tan destacados como Alejandro Carrillo Marcor, había disminuido poco a poco su presencia e influencia. En la administración de Miguel de la Madrid difícilmente circulaba más allá de las dependencias públicas, porque era absolutamente insustancial y aburrido. Se nutría de boletines oficiales y evadía la polémica. Pero eso cambió en la siguiente administración.
Cuando Carreño fue designado director, El Nacional ya imprimía con selección a color en portada, pues en el sexenio anterior se había iniciado la modernización de instalaciones y equipos, para estar a tono con la naciente era digital. Los periódicos de la época, en su mayoría, seguían imprimiendo a una sola tinta. El formato estándar de El Nacional mudó a tabloide, como el de La Jornada, pero con un diseño innovador y a color. El funcionario dispuso, además, de un enorme presupuesto para contratar personal y pagar colaboraciones a precios sin precedente en el medio periodístico. Varias plumas de su antigua casa editorial cambiaron de periódico y de bando.
Bajo la conducción de Carreño, El Nacional desplegó un periodismo faccioso, que demolió día a día al neo cardenismo. La política editorial no se centró exclusivamente en las campañas negras contra la izquierda electoral y su principal protagonista, sino que el diario recuperó su papel original de instrumento de propaganda en favor del gobierno y su partido, tal cual fue concebido por el general Plutarco Elías Calles.
El 27 de mayo de 1929 apareció el primer número de El Nacional en calidad de órgano oficial del naciente PNR, organización que cambiaría de nombre a Partido de la Revolución Mexicana (PRM) durante el cardenismo (1934-40), y luego a Partido Revolucionario Institucional (PRI) durante el alemanismo (1946-52).
El rotativo surgió con el apelativo Revolucionario en letras un poco más pequeñas y con el eslogan “diario político y de información”. Dejó de ser apéndice partidista, de manera formal, durante la administración de Manuel Ávila Camacho (1940-46), para transformarse en una entidad gubernamental. A partir de entonces El Nacional dependió directamente del secretario de Gobernación. Pero como se trataba de un Régimen de Partido de Estado, el movimiento, en la práctica, representó solamente un cambio de adscripción en el organigrama de gobierno.
Con el tiempo la publicación perdió protagonismo, primero ante la radio y después frente a la televisión. Hasta que José Carreño, formado profesionalmente en el diarismo durante la época de mayor prestigio del periódico El Día, lo rescató de la deriva en que se encontraba y lo condujo con objetivos estratégicos y políticos claros, bajo dos grandes lineamientos: a) combatir frontalmente a la oposición de izquierda, así fuera con información falsa o manipulada; y b) exaltar la figura del presidente de la República, al igual que las decisiones de su gobierno y la obra pública.
El embate periodístico, como lo recordaba ayer, se diseñaba en la vocería presidencial. Se ejecutaba inicialmente en las páginas del diario oficial, continuaba en la agencia de noticias gubernamental –que distribuía su material a todos los medios nacionales y a varios internacionales–, y luego se reproducía en radio y televisión. El escarnio contra Cuauhtémoc Cárdenas y su equipo era permanente.
El 9 de julio de 1991, por ejemplo, El Nacional publicó un texto con el siguiente encabezado: “Un perredista disidente quiso golpear con un garrote a CCS”. El 3 de agosto de ese mismo año hubo tres notas de primera plana con estas cabezas: “El PRD es débil por su cerrazón interna: Alcocer”; “Amenaza al PRD el izquierdismo intransigente: Woldenberg”; “Contra el Estado, sólo vía armada: Heberto”. La última de las fuentes no había dicho eso. Era una tergiversación. Sin embargo, ninguna aclaración quitaría el palo dado, y menos en una lejana página de interiores. El 6 de agosto habría una nueva descalificación: “Fidel Velázquez califica de maniático a Cárdenas”. Y así fue todo el sexenio, indistintamente con Carreño o con Hiriart al frente de la publicación.
La fabricación operaba de la siguiente manera (caso hipotético): El reportero de un medio gubernamental le pregunta a Cuauhtémoc Cárdenas si sabía del contubernio de su partido con el narcotráfico, aunque nadie hubiese formulado denuncia alguna. Posibles reacciones: a) el líder se enoja y no contesta; b) contesta de mala gana, cuestionando al medio por el sesgo de la pregunta; c) niega la imputación del reportero. En cualquiera de los tres escenarios, el tema ya fue sembrado. Posibles encabezados: a) el que calla, otorga; b) se molesta y agrede verbalmente a reportero; c) Cárdenas dice que no dirige un narcopartido. Luego se difunden profusas opiniones y posicionamientos emitidas por todo tipo de fuentes, condenando el involucramiento de la izquierda con el narcotráfico.
En este esquema no pueden faltar, desde luego, las pontificaciones de sesudos académicos, presentados como expertos en el tema, que hablan de investigaciones en marcha –nunca publicadas en revistas científicas–, que en realidad fueron ordenadas en la víspera por el aparato de propaganda y pagadas por adelantado con recursos del erario.
Este diseño institucional habría de ser fundamental para la consolidación de Carlos Salinas en el poder y para la recuperación del PRI en los comicios de 1991. Los números son claros:
En 1988 el Frente Democrático Nacional (FDN) había obtenido oficialmente el 31.12% de la votación nacional, más del 60% en Michoacán, más del 50% en el DF y Morelos, más del 40% en el Estado de México y Guerrero, y más del 30% en Oaxaca, Baja California, Veracruz y Nayarit.
Tres años después, los porcentajes se desplomaron a tal grado que el PRD obtuvo apenas el 7.91% de los sufragios a nivel nacional y el 11.5% en la capital del país. Esta cifra resultaba desastrosa en particular, tomando en consideración que en 1979 el Partido Comunista Mexicano había alcanzado el 11% de las preferencias ciudadanas en el Distrito Federal (Estudio comparativo del PRD y Atlas Electoral Federal de México 1991-2006, realizado por el IFE).
Por cierto: el responsable de la campaña del PRI en el Distrito Federal fue un joven discípulo del regente capitalino, Manuel Camacho Solís. Ocupaba entonces el cargo de secretario general de ese partido en la ciudad y aparecía en primer lugar de la lista de plurinominales para la Asamblea Legislativa del DF. Sin embargo, operó de tal manera que ganaron todos los distritos de la capital, quedando el PRI al margen de las asignaciones de diputados de representación proporcional. Una vez que comprobó la eficacia de su pupilo, Camacho lo nombró secretario general de Gobierno. El nombre de aquel político es Marcelo Ebrard Casaubon.

Por Redaccion

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