Las cosas por su nombre
Por Ramón Alfonso Sallard
Para Jean-Baptiste Clamence, protagonista de la novela “La Caída” de Albert Camus, Jano es una referencia importante, pues ve en él una imagen de su propia duplicidad. Por un lado, es un abogado exitoso y respetado en la sociedad; por el otro, es un hombre atormentado por la culpa y la vergüenza por sus acciones pasadas. Jano, dios romano de los comienzos y de los finales, es representado con dos caras: una que mira hacia el pasado y otra hacia el futuro. Esta dualidad es la que fascina a Clamence y lo lleva a reflexionar sobre su propia vida. En ese mismo proceso se encuentra actualmente Marcelo Ebrard, el político de las dos caras.
Para los antiguos romanos, Jano (en latín Janus, Ianus) era el dios de los comienzos y de los finales. Por eso iniciaban sus ceremonias religiosas invocándolo. Como presidía todas las puertas, sin él no se podía llegar a los demás dioses. Ovidio lo caracterizó como custodio de las puertas del cielo.
Se apelaba públicamente a Jano el primer día del año. Incluso el mes de inicio del calendario fue consagrado a él. Enero, en castellano, o January, en inglés, son derivaciones del latín Ianuarius, cuyo origen es el nombre de esta deidad, a quien también se atribuía la invención de las leyes y del dinero.
Jano tenía un templo en Roma que sólo se abría en tiempo de guerra. En época de paz sus puertas se mantenían clausuradas con cien cerrojos y barras de hierro, a fin de que fuese más difícil su acceso. De esta manera se recordaba a los gobernantes que la guerra no debía emprenderse por razones ligeras o vacuas.
Según la creencia popular, Jano auguraba buenos finales. Por eso se le invocaba al iniciar las hostilidades. Declarada la guerra, el Cónsul abría el templo dedicado a esta deidad vestido con la trábea quirinal: una toga que tenía entretejidas o sobrepuestas muchas listas de grana, a modo de galones. Penetraba luego el pueblo en el templo, en cuyo interior estaban colgados los sagrados escudos llamados ancilia, sobre los cuales daban golpes diciendo: ¡Marte, despierta!
De acuerdo con la mitología romana, Jano era hijo de Creusa y Apolo. Guerrero implacable, conquistó Italia. En Janícula, ciudad que fundó en la península, acogió y refugió al dios Saturno, después de que éste fuera desterrado del cielo por su hijo Júpiter. La leyenda cuenta que, en agradecimiento, Saturno confirió a Jano el poder de ver a la par el pasado y el futuro, atributo que le permitía tomar decisiones justas y sabias.
Por eso Jano es representado como un hombre de dos caras que mira a ambos lados de su perfil, en direcciones opuestas. Haz y envés al mismo tiempo. Responsable de los nacimientos o vidas venideras a este mundo, pero también de los que parten o mueren. Dios del principio y del fin de los tiempos.
Claramente, ni el protagonista de la novela de Camus ni el político mexicano Marcelo Ebrard poseen los atributos del dios Jano, pero sí las dos caras, su duplicidad. Ambos personajes habitan simultáneamente en el pretérito y en el porvenir.
La referencia a Jano es utilizada por el autor para resaltar el tema central de la novela: la caída del hombre. Clamence, como Jano (y Marcelo), tiene dos caras: una pública y otra privada. La máscara pública es la de un hombre justo y moral. La máscara privada es la de un hombre hipócrita y egoísta.
La caída de Clamence (y de Marcelo) se produce cuando ya no puede mantener la fachada de su máscara pública. Se ve obligado a confrontar su verdadera naturaleza. El protagonista de la novela de Camus asume la responsabilidad de sus acciones. Marcelo todavía no lo hace.
La referencia a Jano, dios de los comienzos y de los finales, sugiere que la caída de Clamence es un nuevo comienzo para él. Por analogía, podría serlo también para Marcelo. La referencia a Jano le recuerda a Clamence que no puede escapar de su pasado. Marcelo debería de tomar nota, si acaso no lo ha hecho ya.
Clamence es un hombre hipócrita que pretende ser alguien que no es. Con Marcelo sucede lo mismo. La referencia a Jano es un recordatorio: uno no puede engañarse a sí mismo para siempre. Al aceptar su verdadera naturaleza, Clamence puede comenzar a reconstruir su vida. Igual puede ocurrir con Marcelo.
Jano es, entonces, una figura simbólica en “La Caída” que representa la dualidad del ser humano y la inevitabilidad de la caída moral. Su presencia en la novela ayuda a explorar los temas de la culpa, la vergüenza, la hipocresía y la búsqueda de la redención.
Jano representa también, como nadie, la aspiración de casi todo hombre y mujer del poder: tener la capacidad de situarse y observar, a la vez, el ayer y el mañana. Así pueden beneficiarse hoy. Para esta estirpe de individuos experta en el arte del engaño, las dos caras de Jano significan ventaja, simulación, treta, ardid, simulacro, artificio, farsa, teatro, disfraz, mascarada.
Marcelo Ebrard ¿hará lo que Clamence en “La caída” –redimirse por todo lo que ha hecho— o se conformará con ser el protagonista eterno del mito de Sísifo? Hasta aquí la dejamos. El mito de Sísifo es tema de otra columna.