Las cosas por su nombre
Por Ramón Alfonso Sallard
En los ámbitos político y social suele decirse que las relaciones humanas son relaciones de poder, es decir, relaciones de dominio. En ocasiones somos la parte dominante, pero a veces nos corresponde el papel de dominados. Bajo esta óptica las relaciones de igualdad, equidad, fraternidad o complementarias son meras aspiraciones que no tienen sustento en la realidad. Diversas formulaciones teóricas –como los juegos de suma cero—sostienen que si alguien gana es porque alguien pierde y viceversa. Por tanto, todas las interacciones humanas deben observarse desde esta concepción.
En la lucha por el poder, recetas para obtenerlo y/o conservarlo, como las que contiene el libro de Robert Greene y Joos Elffers, Las 48 leyes del poder (1998), se han convertido en auténticos best sellers entre la clase política de todo el mundo, con millones de ejemplares vendidos.
Aunque el presidente AMLO sostiene que “el poder sólo tiene sentido y se convierte en virtud cuando se pone al servicio de los demás”, la oposición en México suscribe íntegra esta frase de los escritores estadounidenses: “…puesto que todos tenemos ansias de poder, y que casi todas nuestras acciones tienen por objetivo obtenerlo, quienes dicen que no lo buscan sólo procuran encandilarnos y distraernos de sus juegos de poder a través de sus aires de superioridad moral”. Esta concepción se puede resumir de dos formas: a) todos somos iguales frente al poder y b) el antídoto contra el moralismo es el cinismo.
En su acepción más general, “poder” es la capacidad o posibilidad de hacer y de producir efectos en individuos o grupos humanos, pero también en objetos o fenómenos de la naturaleza. En relación con la vida del individuo en sociedad, el poder se transforma, de genérica capacidad de obrar, en facultad para determinar la conducta de otro u otros. En ese sentido, el ser humano no sólo es sujeto sino también objeto del poder social.
El poder social es la capacidad de los padres para dar órdenes a los hijos, pero también la de un gobierno para impartir órdenes a sus ciudadanos. Como fenómeno social, el poder es una relación entre individuos. La misma persona o el mismo grupo pueden ser sometidos a diversos tipos de poder relacionados con varios campos. Así, el poder del maestro se refiere a la educación, el del médico a la salud, el del ministro de culto a la religión.
Según el Diccionario de política de Bobbio y Mateucci –la biblia de los politólogos– cuando la capacidad de determinar la conducta de otros es puesta en juego, el poder, de simple posibilidad se transforma en acción, es decir, en ejercicio del poder. Consecuentemente, podemos distinguir entre el poder como posibilidad o potencial, y el poder efectivamente ejercido. El poder potencial es la capacidad de determinar los comportamientos ajenos, mientras que el poder efectivo o actual es una relación entre aptitudes para actuar.
El poder no deriva simplemente de la posesión o del uso de ciertos recursos, sino también de la existencia de determinadas actitudes de los sujetos implicados en la relación. Tal es el caso de las expectativas. Así, las percepciones o imágenes sociales del poder ejercen una influencia sobre los fenómenos de poder real. La imagen que un individuo o grupo se hacen en el ámbito social al que pertenecen, contribuye a determinar su comportamiento en relación con el poder. En esta perspectiva, la reputación del poder constituye un posible recurso de poder efectivo. En cuanto a las expectativas, el comportamiento de cada actor es determinado en parte por las previsiones que tiene respecto a las acciones futuras de los otros actores, así como de la evolución de la situación en su conjunto.
Los modos de ejercicio del poder son múltiples: desde la persuasión hasta la manipulación, desde la amenaza de un castigo hasta la promesa de una recompensa. Sin embargo, algunos autores se refieren al poder sólo cuando la determinación de los comportamientos ajenos se funda en la coerción. Suelen distinguir entre poder e influencia. Pero la palabra influencia también es empleada con significados diversos, ya sea en el lenguaje común o en el técnico. Igualmente se emplea el término poder para denotar relaciones no coercitivas, es decir, un poder basado en la persuasión.
Más allá de la terminología, el problema de la conflictividad del poder tiene que ver, en parte, con los modos específicos a través de los cuales se determina la conducta ajena. Algunos autores se preguntan: ¿Las relaciones de poder son necesariamente relaciones de antagonismo? No. Pero es común que ocurra en el campo de la política.
El fenómeno del poder es uno de los más difundidos en la vida social. Se puede decir que no existe relación social en la cual no esté presente, de alguna manera, la influencia voluntaria de un individuo o grupo sobre la conducta de otro individuo o grupo.
Por tal razón, no debe sorprender que el concepto de poder haya sido utilizado para interpretar los más diversos aspectos de la sociedad (desde la familia hasta las relaciones entre las clases sociales, por ejemplo). No obstante, es la política el campo en el cual el poder adquiere el papel más importante.
En efecto, existen varias formas de poder de un individuo sobre otro. El poder político es sólo una de éstas. En la tradición clásica, que se remonta a Aristóteles, éste consideraba tres formas fundamentales de poder: el poder paterno, el poder despótico y el poder político. Aunque los criterios de distinción han variado con el tiempo y con la interpretación de autores posteriores, prevalece la distinción formulada por el filósofo griego basada en el interés de aquel en favor del cual se ejerce el poder.
Así, el poder paterno (y materno) se ejercería en favor de los hijos, el despótico en interés del patrón y el político en favor de quien gobierna, pero también de quien es gobernado. En este caso se trataría de las formas correctas de gobierno, pues las corruptas atenderían solamente el interés del gobernante. He ahí la reiterada proclama ética del presidente sobre el poder, el cual sólo sería virtuoso si se pone al servicio de los demás.
Si bien el poder se define desde la ciencia política como una relación entre dos sujetos, de los cuales uno impone a otro su voluntad y le determina su comportamiento, desde el liberalismo se insistió durante mucho tiempo en que ese instrumento de dominio no tenía un fin en sí mismo, sino que es un medio para obtener “alguna ventaja” (Thomas Hobbes) o, más concretamente, los “efectos deseados” (Bertrand Russell). Sin embargo, otra perspectiva, recogida por el Manifiesto del Partido Comunista define al poder político como “el poder de una clase organizado para oprimir otra”.
Me detengo en El Leviatán de Hobbes: El origen de la sociedad es el estado de naturaleza, donde el ser humano vivía según la brutal ley del más fuerte y en guerra interminable de todos contra todos. En esa circunstancia, la vida del individuo era solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta. Prevalecía el miedo.
A diferencia de Maquiavelo, que cimentó su teoría del realismo político en la antigua Roma, Hobbes desdeñó a la historia como ciencia del poder y en su lugar recurrió a un concepto fundamental, de carácter psicológico, para explicar la conducta humana, tanto colectiva como individual: el miedo y la búsqueda constante de protección.
Aunque es evidente que la candidata presidencial opositora desconoce la epistemología de la ciencia política, dada la pobreza conceptual de sus dichos, no es el caso de sus asesores de Nexos y de Letras Libres, que saben a la perfección lo que les depara el futuro si no logran imponer la narrativa del miedo y hacer creer que vivimos en un estado de naturaleza como el que prevaleció durante el calderonato.
AMLO, al igual que la candidata presidencial de la 4T, no sólo NO desdeña la historia como ciencia del poder, sino que la fomenta junto al concepto “transformación”, de origen marxista. Ambos abrevaron de esta teoría político en las aulas de la UNAM. También conocieron la metodología desarrollada por Gramsci y la perspectiva ética de Adolfo Sánchez Vázquez.
De estos tres autores es importante leer, para comprender, lo que han escrito sobre filosofía de la praxis. Con este modelo AMLO construye la hegemonía cultural de la 4T que habrá de continuar la candidata presidencial de la coalición “sigamos haciendo historia”. Sólo que, a diferencia del lenguaje tradicional de izquierda, el obradorismo encontró en los héroes nacionales su asidero para transmitir a las y los votantes la concepción del mundo que promueven. A través de estas figuras ha logrado fijar un elemento definitorio que estará presente en las urnas: el sentido de pertenencia. Y es que el poder político se expresa de muchas formas, entre ellas el discurso.