Los idus de marzo 30 años después
Por Ramón Alfonso Sallard
El 21 de marzo de 1994 se desarrollaba en México, paralelamente, una guerra distinta de la que había estallado en Chiapas. Se disputaba el poder político que monopolizaba el antiguo régimen. Es decir, la conducción del Estado mexicano. Había cuatro protagonistas –Carlos Salinas de Gortari, Luis Donaldo Colosio, Manuel Camacho, José Córdoba Montoya—y un actor de reparto, que se mantenía de bajo perfil: Ernesto Zedillo. Entre ellos prevalecía, aparentemente, una batalla campal de todos contra todos, pero no era así: había bandos y alianzas que se hacían y deshacían conforme a la coyuntura imperante.
Lo cierto es que esa conflagración paralela se peleaba bajo los criterios establecidos por el general prusiano Karl von Klausewitz: “La guerra no es más que la continuación de la política del Estado por otros medios”. Dicho de otra manera: “La guerra es un acto de fuerza para imponer nuestra voluntad al adversario”.
En ese contexto, Ernesto Zedillo recibió el 21 de marzo una llamada del presidente Salinas pidiéndole que informara a Luis Donaldo lo siguiente: “en las próximas horas, Manuel Camacho declarará que no aspira a la presidencia de la República”. La impresión del coordinador de la campaña colosista, según lo asentó en su comparecencia ministerial, fue que el comunicado “posiblemente se acordó ese mismo día”.
A su vez, Camacho precisó: “Evalué todos los factores y el 21 de marzo, en el natalicio de Benito Juárez, con todos los datos me senté solo a evaluar cuál era mi responsabilidad con Chiapas y con el país y concluí que al día siguiente haría la declaración…”
COLOSIO EN LA VÍSPERA DEL DÍA D
Hoy es lunes 21 de marzo de 1994.
Hoy, Colosio muestra un estado de ánimo oscuro, melancólico. Casi luctuoso. La razón principal, que no única, responde al nombre de Manuel Camacho Solís, su adversario político interno, que no ha cesado de hacerle sombra a su candidatura desde que se le nombró comisionado para la Paz y la Reconciliación en Chiapas, el 10 de enero anterior, precisamente el mismo día de arranque oficial de su campaña. Desde entonces está muy sensible, hosco e irritable. Varios de sus colaboradores han padecido su mal carácter, rasgo que se ha acentuado en los últimos días. Le duelen las rudas críticas de la prensa hacia su persona y las constantes comparaciones con su rival. También influye en su comportamiento irascible un entorno familiar complicado: dos de sus seres más queridos, su esposa y su padre, se encuentran en serio riesgo de morir a consecuencia del cáncer. Por si fuera poco, su equipo de campaña se asemeja a un hervidero de grillos. Peor aún: la olla de presión amenaza con reventar, por la exposición prolongada a la lumbre, y una imprevisible y sorpresiva falla en el mecanismo para desalojar el vapor.
Ayer fue también un día complicado para el sonorense, y no por falta de convocatoria o pasión en sus eventos públicos, sino por un material confidencial que llegó a sus manos. Aunque la carta está fechada el 19 de marzo y esta le fue enviada el mismo día, apenas ayer la leyó. Hoy piensa darle una segunda lectura y quizá hasta una tercera. Está acostumbrado a hurgar entrelíneas para dilucidar el idioma burocrático.
Luis Donaldo ha sido, y es, un hábil practicante de la criptografía priista, accesible sólo para iniciados. Es lector, traductor, intérprete y redactor. Por eso sus textos, en ocasiones, parecen directos y hasta ingenuos, cuando en realidad esconden una deliberada y elaborada estrategia. Y es que las misivas entre políticos, al margen de filias y fobias, responden por lo regular a movimientos tácticos, y más cuando el autor es el subalterno y el jefe el destinatario. Tal es el caso que lo ocupa, aunque en esta ocasión no desempeña el rol de subordinado, como tantas otras veces, sino de superior, cabeza, líder, autoridad, señor…
Colosio conoce muy bien las tácticas y estrategias que mejor le acomodan en una u otra posición. No en balde es un apasionado de El arte de la guerra, es decir, del arte del engaño. La obra de Sun Tzu es su libro de cabecera. El milenario texto es su Biblia, el autor su profeta. Públicamente lo ha admitido, aunque no con esas palabras, pues siempre está pendiente de los matices. Por eso él es el candidato, no otro.
La carta que le envió su coordinador de campaña, Ernesto Zedillo, inquietó al candidato presidencial del PRI. En ella, el autor plantea diversas medidas con las que él no está de acuerdo en estos momentos, aunque eso no quiere decir que algunas, no todas, las comparta y las asuma en el futuro. En sus diagnósticos hay severos errores de apreciación, lo cual demuestra una lejanía preocupante entre las ideas de uno y otro. La misiva, además, ya fue leída o lo será en breve, por dos personas más, a quienes sin embargo no les expide copia oficial: José Córdoba Montoya, jefe de la Oficina de la Presidencia, y Carlos Salinas de Gortari. Donaldo lo sabe bien.
Ayer y hoy, Colosio ha recurrido a textos clásicos de la ciencia política y de la guerra para encontrar respuestas. No a los filósofos e idealistas, que escriben de cómo deberían ser las cosas, sino a los prácticos, a los realistas, a los pragmáticos. A los que dicen cómo son en realidad y ofrecen ejemplos y soluciones. Además de Sun Tzu, también lee a Gracián, a Maquiavelo, a Klausewitz, a Azorín… No tiene tiempo para repasar sus obras, pero sí para tarjetas elaboradas por miembros de sus varios grupos de análisis con resúmenes y conceptos claves. Cada equipo, por supuesto, no tiene contacto entre sí, para evitar la contaminación de ideas. Él decide a quién o a quiénes consultar, y cuándo.
Ayer y hoy, a partir de la carta que le envió su jefe de campaña, Colosio ha meditado lo que hará en los siguientes días. Próxima la Semana Santa, piensa aprovechar ese espacio para hacer modificaciones en su equipo de trabajo, así como también para palomear las candidaturas priistas al Senado y la Cámara de Diputados. Sólo espera que Camacho se pronuncie, en cualquier sentido, para hacer ajustes a su estrategia. La demora no puede prolongarse mucho tiempo más. Quizá es cuestión de horas. Ambos lo saben. Y efectivamente la incertidumbre habrá de cesar pronto.
EL MAXIMATO QUE NO FUE
A mediados de la administración de Carlos Salinas de Gortari, algunas voces de su entorno repetían que un período sexenal sería insuficiente para que México, una cultura de sobrevivencia, se transformara en una cultura de desarrollo. A la usanza de otros países como Estados Unidos, de cuya universidad número uno –Harvard—obtuvo el doctorado en economía política, el presidente tenía planeado a largo plazo su modelo de nación. Pero ante la imposibilidad de prolongar el período de seis años para el que fue electo, su obligación era escoger como sucesor a la persona que garantizara la continuidad del modelo, además de lealtad a su obra y a su persona.
Donaldo reunía todos los requisitos y, quizá, los excedía. Por eso se empezó a hablar de maximato. Sin embargo, que Colosio permitiera la tutoría de su mentor político una vez que arribara al poder, estaba por verse. Se lo dijo a Elías Chávez al concluir la mesa de negociación en Chiapas. El reportero de Proceso, que cubría regularmente su campaña, le preguntó:
–Después de que su paisano Plutarco Elías Calles instauró el maximato, otros presidentes intentaron “minimaximatos” que no prosperaron porque los sucesores de estos presidentes se cortaron el cordón umbilical. ¿Cuándo se lo cortará usted?
Colosio solía iniciar sus respuestas con una sonrisa. Aquella ocasión fue la excepción. Muy serio, aclaró:
–Aspiro a gobernar México al lado de los mexicanos. Por lo tanto, que quede muy claro: No habrá nada ni nadie; sólo el poder de los ciudadanos, el poder de la sociedad será lo que determine mis acciones como presidente de México.
–El presidente Salinas lo destapó a usted como candidato del PRI y luego lo ratificó con la frase de “no se hagan bolas”. ¿No afecta esto, desde un principio, la credibilidad que usted se propone conseguir en su campaña?
–Me gustaría dividir su pregunta en dos aspectos. En primer lugar, lo que respecta al PRI. En este punto quiero decirle que mi postulación se dio atendiendo a las reglas, costumbres y tradiciones que ha venido construyendo mi partido a través del tiempo. Todos los que aspiramos a ser candidatos, por mi partido, aceptamos esas reglas. Mi candidatura, en mi partido, ha recibido el más amplio consenso. Respecto a la credibilidad que pueda lograr mi candidatura, quiero decirle que este es un problema propio de la campaña y, precisamente, lo que me propongo es ganar la confianza, el apoyo y el convencimiento de la ciudadanía. Para obtener este resultado, tengo, y lo creo firmemente, la mejor propuesta. Por eso convoqué al debate.
–Usted ha dicho que el país no se inventa cada seis años — el reportero, con preguntas puntuales, quería una definición contundente–. ¿Significa esto que en México seguirá rigiendo el salinismo?
–Debo explicarme: reconozco que el país y la sociedad mexicana necesitan, quieren y demandan un cambio. Pero lo que la sociedad mexicana también está reclamando es que ese cambio se dé sin desandar lo andado. Los mexicanos quieren que se exploren nuevos caminos y nuevas oportunidades, nuevas formas de proceder en la economía, en la política, en la forma de atender la cuestión social. Pero todo esto sin saltos al vacío y sin aventuras políticas. Lo que la gente reclama en estos momentos, en este fin de siglo, en un mundo cada vez más complejo, es certidumbre, certeza en el futuro. Lo que reclama es responsabilidad.
Más adelante, Elías le preguntó a Colosio:
–¿Por qué la entorpecida relación pública entre usted y el licenciado Manuel Camacho?
–Eso –atajó de inmediato el candidato—más que pregunta parece una aseveración. Lo que le puedo decir es que entre Manuel Camacho y yo existe respeto. Él es miembro de mi partido, es distinguido priista, está haciendo una excelente labor en la pacificación de Chiapas. Yo respaldo sus acciones, y, en lo personal, tiene mi afecto y mi amistad. Hemos sostenido conversaciones, no ahora solamente por el conflicto de Chiapas, sino de tiempo atrás. Somos dos personas que entendemos cuál es la situación por la que atraviesa el país. Y entendemos perfectamente bien cuál es el papel que a cada uno de nosotros nos toca desempeñar.
–Sin embargo, en la mente de muchos mexicanos está Camacho como un “candidato de repuesto” del PRI.
–Manuel Camacho, insisto, es un distinguido priista. Y el PRI ya tiene candidato. Esto es algo que tanto él como yo entendemos perfectamente. Y la sociedad mexicana también.
EL MISTERIOSO JOSÉ CÓRDOBA MONTOYA
Inteligencia pura. Tal es la definición de José María Córdoba Montoya que hizo su maestro Jacques Attali, asesor, en su momento, del presidente Francois Mitterrand, así como también responsable de la política económica del Partido Socialista Francés. Attali fue el modelo de Córdoba. Y, como él, supo ser el hombre tras el hombre, el poder detrás del trono, la eminencia gris, el alter ego, la conciencia, el espejo, la pared del peloteo. Tuvo a su propio presidente –Carlos Salinas de Gortari–, en un país distinto al que lo vio nacer. Aquí desempeñó el papel de su vida y superó al maestro.
Nació en La Ciotat, una población cercana a Marsella, el 1 de junio de 1950. Fue registrado como Joseph-Marie y durante mucho tiempo utilizó ese nombre. Así aparece en el Diccionario biográfico del gobierno mexicano, edición 1987, cuando ya tenía nueve años en el país. Pero en las subsecuentes impresiones (1989 y 1992) ya se presentó como José María.
“Los años que viví en Francia no permitieron que surgieran vínculos de arraigo e identificación con ese país”, declaró Córdoba al diario El Universal, el 10 de mayo de 1996, en el aniversario número once de su naturalización. En efecto, el poderoso jefe de gabinete durante el sexenio de Carlos Salinas había adoptado oficialmente la ciudadanía mexicana hasta el día de las madres de 1985, no obstante que trabajaba en el gobierno desde 1979 y militaba en el PRI desde 1980.
Stanford fue el puente que condujo a José Córdoba a México. En esa universidad, una de las más prestigiadas de Estados Unidos, el francés de origen español e impresionante currículum académico, conoció a Guillermo Ortiz Martínez, quien años después sería subsecretario de Hacienda en la administración del presidente Salinas, secretario de Comercio y de Hacienda en el sexenio de Zedillo y también gobernador del Banco de México, cargo que mantuvo con Vicente Fox.
Guillermo Ortiz y José Córdoba fueron roommates o compañeros de cuarto en Stanford. En aquella época, el francés le dijo al mexicano que le interesaba, académica y laboralmente, ir a un país del tercer mundo, concepto popularizado por el movimiento de los países no alineados, liderados por la Yugoslavia del mariscal Tito. Años después, escribirían al alimón un ensayo denominado Aspectos deflacionarios en la devaluación del peso mexicano en 1976, cuando ambos eran ya profesores de El Colegio de México.
Invitado por Ortiz, Córdoba llegó a México casi para concluir el año de 1978. Sus cartas de recomendación le abrieron las puertas de dos de las instituciones más elitistas del país: El Colegio de México y el Banco de México. En la primera se desempeñó como profesor visitante e investigador económico. En la segunda se hizo asesor de Francisco Gil Díaz, quien pronto fue designado director de ingresos de Hacienda.
En El Colegio de México, Córdoba coincidió con los también profesores e investigadores de esa institución Jaime Serra Puche, Emilio Lozoya Thalmann y Manuel Camacho Solís. Otto Granados Roldán era entonces alumno del centro académico fundado por Daniel Cosío Villegas.
Pero su futuro en México quedaría sellado cuando fue recomendado a la Secretaría de Programación y Presupuesto, joven dependencia creada en diciembre de 1976 por el presidente José López Portillo para separar las tareas de ingreso y gasto del gobierno, y romper así con el poder de la SHyCP, desde cuya titularidad había brincado a la candidatura presidencial del PRI.
Lo recibió en 1979, después de muchas antesalas, el subsecretario de Programación, Francisco Labastida Ochoa, quien solamente hizo el enlace con otro funcionario menor de su propia estructura –Carlos Salinas de Gortari–, para que el académico francés fuera incorporado al equipo de la SPP.
Se decía ya, desde entonces, que Salinas era el brazo derecho del secretario Miguel de la Madrid, al que había deslumbrado desde el principio con sus propuestas novedosas y audaces, además de que ambos habían cursado estudios de posgrado en la misma universidad, una de las más elitistas de Estados Unidos: Harvard. El joven economista, que apenas rebasaba los 31 años de edad, tenía entonces el cargo de director general de Política Económica y Social, oficina encargada de la elaboración de estrategias para el desarrollo nacional.
Entre Salinas y Córdoba hubo de inmediato identificación plena. Eso fue determinante para que, a partir de 1980, el secretario Miguel de la Madrid aprobara el nombramiento del académico francés como director de Planeación Regional, área dependiente del joven economista que se había convertido en su brazo derecho. Lo paradójico fue que Córdoba apenas tenía dos años de haber llegado a México, y nunca había viajado por su territorio, pero sería el responsable de planear su desarrollo regional.
COLOSIO EN LA VÍSPERA DEL DÍA D (ii)
Hoy es 21 de marzo. Las tensiones entre el candidato y su adversario político han llegado a su máximo nivel. Un hecho resulta sintomático: Ernesto Zedillo, acuartelado en México, recibe por la mañana una llamada del presidente Carlos Salinas pidiéndole que informe a Luis Donaldo, de gira por Baja California Sur, lo siguiente: “en las próximas horas, Manuel Camacho declarará que no aspira a la presidencia de la República”. El jefe de la campaña cumple inmediatamente la encomienda, pero el candidato espera en vano el anuncio.
Este día el tema está en boca de todos. Varios medios de comunicación recogen datos, opiniones y análisis. El número 907 de Proceso, fechado el 21 de marzo, incluye, por ejemplo, una crónica de campaña de Elías Chávez, en la que el autor relata la actitud de Colosio de no combatir públicamente a Camacho. Esta conducta le ha valido al sonorense, días atrás, un abucheo en Monterrey, precisamente en su alma máter: el Tecnológico. La revista también publica una nota de Vicente Leñero en la que el candidato, en tono conciliador, aborda el tema de su rival político:
“He trabajado con Manuel Camacho. Ha sido mi jefe; yo he sido su subalterno y aprendí mucho de él. Fuimos compañeros en la Secretaría de Programación y Presupuesto. Seguimos siendo amigos –le gana la risa–. Bueno, un poco distanciados… Nos estimamos. De él he recibido afecto y amistad”.
Donaldo se muestra cuidadoso: “Espero que este affaire no llegue a mayores. Yo no impulsaré esa ruptura que ahora se da a nivel de prensa”. También tolerante: “Las circunstancias nos llevaron a que él o yo pudiéramos ser el candidato, o alguien más. Fui yo… Todos deberíamos sujetarnos a las mismas reglas, ¿no es cierto? Criticables o no, pero son las reglas… ¿Cómo me hubiera comportado yo, en su caso? ¿Igual que él? No lo sé. Uno, como ser humano, es un claroscuro de contradicciones”.
Y hasta indulgente: “Trato de comprenderlo. No me gustaría verlo fuera del PRI. En el PRI deberá ocurrir una evolución política, y gentes como él tendrían que estar ahí. Me gustaría tenerlo a mi lado, no frente a mí”.
¿Será efectivo el guiño? Esa es precisamente la pregunta del día entre la clase política priísta, y muy particularmente en el equipo de campaña del candidato presidencial del PRI. Corren versiones en sentidos opuestos. Hay quienes esperan una respuesta positiva de Camacho a la mano extendida de Colosio, pero otros anticipan la ruptura.
El aniversario del natalicio de Benito Juárez se presenta como una ocasión propicia para las definiciones políticas. Sin embargo, el comisionado para la paz en Chiapas deja pasar una vez más la oportunidad. El día transcurre sin novedad.
Pese a todo, Donaldo no puede hablar de desdén a su gesto público. El lapso es todavía muy corto para la respuesta, pero tiene claro que el plazo no debe de extenderse más allá de la presente semana, pues la siguiente estará en pleno proceso de ajuste de su equipo y en la definición de candidaturas al Congreso de la Unión. Él no puede ni debe seguir esperando indefinidamente. Claro, tampoco hay que precipitarse o actuar de manera visceral, pues decisiones tomadas en ese contexto suelen resultar contraproducentes.
Hoy, pese a la enorme sombra que le hace a su candidatura el comisionado para la paz, o precisamente por eso, Donaldo está obligado a guardar la calma. Hoy más que nunca. A duras penas se contiene, aunque más batalla para frenar a sus seguidores, deseosos de emprender de inmediato las acciones bélicas. Pero eso es lo que debe de hacer un político de su calado, que aspira a gobernar a los mexicanos. Es tiempo de demostrar su temple. Es hora de revelarse como un verdadero Hombre de Estado.
Esta noche, en la soledad de su cuarto de hotel en Baja California Sur, el candidato presidencial del PRI reflexiona una vez más sobre el punto en que se encuentra el conflicto con Camacho. Precisamente entonces le viene a la mente Baltasar Gracián y El arte de la prudencia. No tiene el libro a la mano, pero en días pasados alguien le entregó una tarjeta con una cita impecable de la obra. La lee:
“El arte de dominar tus pasiones. Oponte a los ataques de la pasión con reflexión prudente. El primer paso para dominar una pasión es reconocer que estás siendo atacado por ella. Este es el arte de artes. Debes de saber cómo y cuándo detenerlas. Es una gran prueba de sabiduría estar sereno durante un ataque de rabia o pasión. Todo exceso de pasión es una digresión de la conducta racional. Para mantener control sobre las pasiones debes de mantener firmes las riendas de la atención”.
CÓRDOBA DESPLAZA A CAMACHO DESDE LA CAMPAÑA DEL 88
En abril de 1988, junto con el entonces titular de SEDUE, Manuel Camacho, José Córdoba viajó a Estados Unidos a entrevistarse, en nombre del candidato presidencial priista, con quienes contenderían por el mismo cargo en aquel país: el republicano George Bush, vicepresidente entonces, y el demócrata Michael Dukakis, gobernador de Massachussets. También habló con el senador Bill Bradley, un influyente político interesado en la deuda externa mexicana, que podía ser útil en el futuro, como lo fue, al renegociarse en 1989.
Durante la campaña, quedó claro que Córdoba había desplazado ya, en la cercanía de los afectos y de la estrategia política y económica, al amigo de toda la vida de Salinas, compadre para mayor precisión: Manuel Camacho. Eran tan cercanos desde su época estudiantil, que incluso le dedicó su tesis de licenciatura, al igual que a su hermano Raúl, “compañero de cien batallas”. Pepe, como ya le decía Carlos, fue determinante para bloquear a Manuel en su intención de coordinarle la campaña; en su lugar quedó Donaldo, el joven economista sonorense adscrito originalmente al grupo político que comandaba el francés de origen español naturalizado mexicano.
Después del 6 de julio de 1988, fecha de los cuestionados comicios que llevaron a Salinas al poder, José María viajó otra vez a Estados Unidos para sostener una nueva entrevista con George Bush. Los resultados se hicieron públicos de inmediato: el candidato republicano a la Casa Blanca, mediante un discurso pronunciado ante la Asociación de Editores de Periódicos, habló por primera vez del libre comercio con México y sugirió, veladamente, un eventual tratado en la materia.
El enviado de Salinas se convirtió, así, en el artífice de la reunión de noviembre de 1988 entre los dos presidentes electos, la cual fue definida posteriormente como El consenso de Houston, para simbolizar el entendimiento pleno al que habían llegado ambas partes, y del cual derivarían beneficios concretos en materia política, económica y comercial. Desde entonces, Córdoba fue visto por la Casa Blanca como un representante personal, una extensión del presidente Salinas. Su presencia en Washington era indicativa de que el asunto interesaba en México, y al más alto nivel.
Apenas 28 días después de que Salinas tomó posesión como presidente de México, la revista española Interviú (Número 659) dedicó un amplio reportaje al número dos en la jerarquía política del nuevo gobierno. El título fue “De Almería a la vicepresidencia de México”. En el texto se describen los orígenes españoles y los antecedentes familiares de José María, el segundo hijo de José Córdoba Caparros y Dolores Montoya. El padre, de profesión abogado, se desempeñó como funcionario en el ayuntamiento republicano de Almería, etapa que concluyó con el triunfo del franquismo.
En julio de 1989 hubo una nueva demostración de fuerza de José Córdoba. Se renegociaba entonces en Nueva York la deuda externa mexicana con representantes de más de 500 bancos de todo el mundo. José Ángel Gurría encabezaba a la delegación azteca, que se impuso como fecha límite el 16 de aquel mes, pues el 20 el gobierno debía hacer un importante pago de intereses. Pero la fecha llegó y los acreedores seguían mostrándose inflexibles. La negociación se entrampó y Pedro Aspe, secretario de Hacienda, y Gurría, amenazaron con suspender el pago de intereses si no había acuerdo.
Entonces, el hombre de confianza del presidente Salinas viajó de emergencia a Nueva York, para corregir y vigilar el rumbo de las negociaciones, hasta que se llegara a un arreglo. Un cable de Reuters, la agencia de noticias británica, al principio de la nueva ronda de conversaciones, informó: “José Córdoba, uno de los más cercanos asesores del presidente Salinas, está en contra de la suspensión de pagos y podría ser que se le dé autoridad sobre la negociación en lugar de Aspe”.
Lo cierto es que Salinas aplicó una vieja estrategia: el policía bueno y el policía malo. El 20, la delegación mexicana se levantó de la mesa de negociaciones y Aspe suspendió todo contacto con el Grupo Asesor de Bancos y anunció que regresaba a México. Intervino entonces el gobierno estadounidense, que presionó a los acreedores, y las conversaciones se reanudaron el 23. Ese día, ya tarde, se firmó el acuerdo que redujo en varios millones de dólares el servicio y la deuda externa del país. El presidente dirigió un mensaje a la nación esa misma noche, desde su despacho de Palacio Nacional. Fue aquel en el que pidió a todos los mexicanos ponerse de pie y entonar el himno nacional.
Durante todo el sexenio, no hubo más embajador mexicano ante la Casa Blanca que Córdoba. Fue él quien viajó en secreto a Washington para iniciar las conversaciones sobre el Tratado de Libre Comercio. Con Bill Clinton como presidente electo, una vez más, llevó la voz presidencial. A Samuel Berger, enviado estadounidense, le dijo que la situación política y económica de México no aguantaba un retraso del TLC, le anunció que Jorge Montaño sería el nuevo embajador y le informó cuándo ocurriría el destape del candidato priista, esto último con más de un año de anticipación. Los pormenores de esa entrevista, efectuada el 24 de noviembre de 1992, fueron revelados en México por los corresponsales Carlos Puig y Dolia Estévez, de Proceso y El Financiero, respectivamente.
El papel determinante que Córdoba jugó en la consecución del TLC, le fue reconocido en privado por el presidente ante el gabinete en pleno, durante una reunión que se efectuó en Palacio Nacional, el 20 de noviembre de 1993, al concluir el tradicional desfile conmemorativo del inicio de la Revolución Mexicana. El Senado de Estados Unidos finalmente había ratificado el tratado, lo cual era indispensable para que entrara en funcionamiento, y Jaime Serra Puche, el secretario del ramo, se llevaba las palmas públicas. Pero en privado Salinas añadió también el nombre de su brazo derecho, en reconocimiento a lo que “había sucedido en los hechos”.
“Córdoba se convirtió en el centro del debate político nacional, que llegó al congreso, respecto de sus funciones extraconstitucionales y extralegales; jugó el papel de número dos en Los Pinos, aunque para muchos fue el número uno, todo ello con el beneplácito del propio Salinas que le gustaba jugar con la clase política poniendo en medio del presidente de la república y de los políticos a la figura dominante de Córdoba”, aseguró Carlos Ramírez en su libro El asesor incómodo.
También describió: “En sus decisiones –propias o en las de Salinas que hacía funcionar–, Córdoba actuaba con mente fría y sin complejos históricos; para él, el desarrollo de México era una variable. Su función era de policymaker al estilo estadounidense; daba soluciones, no justificaciones. Se sentía el Kissinger mexicano”.
El área fuerte de José Córdoba era la económica. El presidente se sentía orgulloso de ella. “En el gabinete económico había cohesión y talento. Me sorprendió que, incluso antes de iniciar mis viajes de trabajo al exterior, ya la prensa internacional lo había señalado como uno de los mejores del mundo”, escribió Salina en su libro de memorias.
Y Córdoba había apuntalado ahí a dos de sus amigos íntimos: Ernesto Zedillo Ponce de León y Jaime Serra Puche. El primero fue designado secretario de Programación y Presupuesto y el segundo titular de la Secretaría de Comercio y Fomento Industrial. Un tercero, Pedro Aspe Armella, fue nombrado secretario de Hacienda y Crédito Público. Con él había entendimiento y trato respetuoso, y ambos coincidían en el modelo económico, pero no era incondicional suyo como los otros dos integrantes del gabinete económico.
COLOSIO EN LA VÍSPERA DEL DÍA D(iii)
Mañana, martes 22 de marzo, será un gran día. Aún no lo sabe Luis Donaldo Colosio en la víspera, pero mañana se sentirá pleno, feliz, afortunado. La emoción que habrá de embargarlo sólo podrá equipararse a la que sintió el sábado 27 de noviembre de 1993, cuando el presidente Carlos Salinas le confirmó su voluntad de convertirlo en el sucesor. El deseo del Gran Elector empezaría a hacerse realidad al día siguiente, con el destape de su elegido como aspirante oficial del PRI a la Presidencia de la República. Aquel fin de semana jubiloso, sin embargo, parecía tan lejano…
Los acontecimientos que sacudieron al país a partir de enero, y la acumulación de angustia y tensión, habían hecho olvidar a Donaldo aquel sentimiento de agitado entusiasmo. Pero retornará nítido 115 días después para embriagar de nuevo al candidato. A diferencia de entonces, serán tres los anuncios –uno público, dos de carácter privado—que harán cambiar por completo su semblante sombrío. Después de escuchar las buenas nuevas regresará el brillo perdido a sus ojos.
El candidato presidencial del PRI ciertamente ha logrado remontar dificultades y mejorar su imagen este último mes. Marzo, en realidad, ha sido espectacular para su causa. Para no ir muy lejos: en todas las encuestas Colosio supera por amplio margen a sus contendientes del PRD y PAN, Cuauhtémoc Cárdenas y Diego Fernández de Cevallos, respectivamente. Sin embargo, para avanzar por el camino de la certidumbre política plena, requiere que Camacho decline explícitamente a sus aspiraciones presidenciales. Esos son los dos datos objetivos que arrojan casi todos los estudios de opinión recientes. El comisionado para la paz, en efecto, se ha convertido en una filosa piedra en el zapato para el sonorense.
Aunque la crisis política propiciada por el alzamiento del EZLN ha sido contenida, buena parte de este resultado es atribuible a las artes negociadoras de Manuel Camacho. Lógicamente, después del resonante éxito que obtuvo en los encuentros de San Cristóbal de las Casas, el comisionado para la Paz y la Reconciliación en Chiapas ha visto crecer como espuma su capital político, a tal punto que una eventual candidatura presidencial suya pudiera disputar seriamente la mayoría de los votos al aspirante oficial del PRI. Todos los análisis de prospectiva así lo indican. Donaldo lo sabe perfectamente, a diferencia de sus adeptos más radicales, que subestiman la situación. De ahí la prudencia con la que ha enfrentado el problema.
El sonorense, tanto en su fuero interno como en las palabras que pronunciará al respecto, habrá de mostrar qué tan trascendental es para su causa y su meta este acontecimiento, tan ansiosamente esperado durante hace casi dos meses y medio. Será apenas comparable con el anuncio de otoño: de ahí la similitud de emociones. Significará también un premio público a la paciencia. Además, el anuncio esperado vendrá acompañado de dos regalos de índole privada, cuyo impacto será evidente de inmediato en su ánimo y en su desenvolvimiento público. Por tales razones él creerá que la vida le sonríe de nuevo, por fin. Pero eso será hasta el martes.
Mañana, al concluir la jornada, cuando todo haya pasado, Colosio cenará en un privado de la suite 5003 del hotel Executivo de Culiacán con el político sinaloense Heriberto Galindo Quiñones. Éste apreciará eufórico al candidato por los acontecimientos del día, que habrán de iniciar temprano. Lo contará años después en su declaración ministerial.
Mañana, al concluir la jornada, el panorama habrá cambiado por completo, y para bien. En ese contexto, al aspirante presidencial le quedará solamente un problema por resolver para declararse totalmente satisfecho: las peligrosas fisuras que existen en su equipo de trabajo. La solución, sin embargo, la tendrá ya en mente. Con la adrenalina aún alta por las emociones del día, Donaldo terminará de diseñar el movimiento táctico que hará en la jornada siguiente, es decir, el miércoles 23 de marzo. Para ello utilizará a dos piezas de su ajedrez: Alfonso Durazo y Ernesto Zedillo. ¿Cuál será la encomienda a secretario particular? El jefe de campaña la conocerá en su momento.
Mañana por la noche, durante la cena en la suite del hotel donde habrá de hospedarse, Donaldo hablará ampliamente del tema con Heriberto Galindo, su invitado. Ante él se mostrará eufórico, pues los mítines de ese día en Culiacán y Mazatlán le parecerán apoteósicos. Esa es la palabra que utilizará textualmente. Sin embargo, lamentará que la opinión pública no podrá percibirlos de esa forma, porque su tiempo de televisión habrá sido ocupado en agradecer a Camacho su declinación. El comentario dará pie a Galindo para abordar el tema del comisionado para la paz en Chiapas. Colosio reconocerá: “¡Estaba hasta la madre…! ¡Literalmente hasta la madre! Estaba harto”.
El sinaloense le preguntará también si había pensado conminar públicamente a su adversario para que tomara una decisión en uno u otro sentido. El candidato responderá: “Absolutamente sí. Estaba a punto de hacerlo. Si hoy Camacho no hubiera declinado formal y públicamente, lo hubiese conminado yo esta misma semana a que se definiera de una vez por todas”.
Con el anuncio de su adversario interno, Colosio se quitará un gran peso de encima. En un instante eliminará gran parte del estrés acumulado durante meses. Y no será para menos, pues el obstáculo más peligroso en su trayecto a Los Pinos habrá sido superado por fin. Todos los análisis internos y externos serán coincidentes en ese sentido.
La declinación de Camacho, empero, no será la única razón del ánimo exultante de Donaldo. El candidato hablará con Galindo solamente de los asuntos públicos, no de los privados. Sin embargo, también en este ámbito habrá recibido buenas nuevas en el transcurso de la jornada. De haber sabido el invitado la situación real, habría comprendido mejor el nivel de tensión de su interlocutor en la víspera. Pero él lo encontrará ya con buena parte de la presión política y personal liberada.
Mañana martes, Donaldo escuchará algo que deseaba oír desde meses atrás: su esposa podría superar el cáncer que la aqueja, y probablemente ocurrirá lo mismo con su padre. Ambos se encuentran afectados por la misma enfermedad, aunque una en el páncreas y el otro en la próstata. Los informes médicos serán bastante optimistas, en particular con la joven consorte, contrariamente a los pesimistas pronósticos de principios de año.
A don Luis, por su edad, aquellas estimaciones le daban pocas posibilidades de sobrevivir. Pero Diana Laura estaba peor, prácticamente desahuciada, pues diversos tratamientos no habían logrado frenar el avance del mal. Según las proyecciones de principios de año, la vida no le alcanzaría ni siquiera para ver el triunfo de su marido en agosto, mucho menos para estar presente en su toma de posesión. Esta situación había afectado severamente al candidato. Imaginar que sus dos hijos quedarían huérfanos de madre a los 8 (Luis Donaldo) y al año y medio de edad (Mariana), le producía un dolor indescriptible.
Los nuevos informes médicos, sin embargo, harán renacer la esperanza del candidato de conservar a su lado por mucho tiempo más, a ambos seres queridos. ¿Podía alguien ser más afortunado que él?