Las cosas por su nombre
Por Ramón Alfonso Sallard
La imagen del Titánic con la que frecuentemente se intenta describir el hundimiento del PRIAN y de su rémora (el PRD) es, en realidad, un abuso de la metáfora, más cercano a la perífrasis y al eufemismo. Tampoco se puede hablar de alegoría, como sí sucede con la mujer que trae una venda en los ojos y sostiene una balanza: esa imagen representa a la justicia.
No hay tal Titánic navegando. Aquel buque de gran calado, capaz de transportar a multitudes, se fue a pique en 2018. Lo sucedido nos remite al teatro griego. En la tragedia, muy pocos lamentaron su hundimiento. La comedia con final feliz de los sobrevivientes rápidamente tornó en drama. El llanto no los ha abandonado en cinco años de resultados adversos. Sin embargo, la epopeya de las gelatinas, en lugar de conmover, produjo burla y escarnio porque resultó espuria.
La actual puesta en escena –aunque no era esa la intención del guionista– devino en una auténtica farsa, protagonizada por personajes grotescos. Lo que estamos viendo en el Tercer Acto es una pequeña barcaza de papel –caricatura del Titánic– con una violinista desafinada a bordo, que intenta emular infructuosamente a Paganini, antes de que ambos desaparezcan en el inmenso océano de la intrascendencia y el olvido.
El segundo debate de aspirantes presidenciales realizado ayer mostró con claridad todos estos componentes. La perífrasis es un rodeo verbal que se materializa cuando algo puede decirse con menos palabras. Ejemplo: la explicación de Xóchitl sobre su doble papel como funcionaria y contratista del gobierno. El eufemismo, por su parte, es una manifestación suavizada que sustituye la expresión dura real. Ejemplo: en lugar de un sí o no sobre la disminución de la jornada laboral a 40 horas semanales, Xóchitl habló de apoyar primero a los empresarios condonándoles impuestos.
La alegoría es una ficción expresada mediante relato o imagen que representa una cosa diferente. Ejemplo: la candidata de derecha mostró una foto del exesposo de Claudia recibiendo dinero del empresario Carlos Ahumada, con la pretensión de asociarla a la corrupción. Sin embargo, promovió a Santiago Taboada, involucrado con el cártel inmobiliario panista, a sabiendas de que la autoridad electoral de la Ciudad de México prohibió a su adversaria utilizar esta expresión. Peor aún: calculó que la candidata de la 4T no haría uso del mismo recurso para exhibir la foto de Xóchitl con su hermana, presa desde hace más de una década por secuestro.
Xóchitl, asesorada por la antigua tripulación del Titánic, metafóricamente hablando, inició con el reconocimiento explícito de su pertenencia al PRIAN, que hasta ese momento evadía, y posteriormente se lanzó de lleno a calumniar e injuriar a su rival, repitiendo cualquier cantidad de mentiras. Reincidió en el uso político de tragedias como las del Colegio Rébsamen y la Línea 12 del Metro, a pesar de las demandas por daño moral contra ella y sus partidos que, en ambos casos, interpusieron familiares de los afectados.
La candidata del PRIAN acusó también de corrupción a los hijos del presidente, a partir de dichos de terceros obtenidos mediante espionaje telefónico, sin valorar que el propio presidente, su esposa Beatriz Gutiérrez Müller y la propia Claudia Sheinbaum, detuvieron, por petición explícita a sus seguidores, la difusión masiva en redes sociales del video del hijo de Xóchitl que, borracho, insultó con comentarios clasistas y racistas al cadenero de un antro en Polanco, a quien incluso agredió físicamente.
Una de las pocas propuestas que hizo Xóchitl –almacenar agua para para consumo humano de los habitantes de la Ciudad de México en el lago de Texcoco—fue pulverizada por su adversaria de una manera tan contundente que la dejó en ridículo, una vez más: el lago de Texcoco es salado. No fue esa la única situación vergonzosa. Con desfachatez, se adjudicó la iniciativa legislativa que reconoce el derecho a la seguridad social de las trabajadoras del hogar, producto de una lucha de varios años de la activista Marcelina Bautista, cuyo texto fue asumido por varias legisladoras de diferentes partidos.
La escena donde Xóchitl dice que, en adelante, se referirá a Claudia como “narcocandidata” de un “narcopartido”, sin aportar un mínimo indicio en ese sentido, se produjo como respuesta al calificativo de “corrupta” que Claudia le había endilgado previamente, después de presentar pruebas de su tráfico de influencias. Este comportamiento, francamente infantil, es impropio de quien aspira a la presidencia de la República. Sólo le faltó decir “y la tuya más” o “tu mamá también”.
En resumen: la farsa es una puesta en escena donde se exhiben situaciones ridículas y conductas grotescas, mitómanas, serviles, crueles, deshonestas, gandallas, ruines, miserables, cínicas y un largo etcétera. Los actos y comportamientos, además de causar hilaridad, con frecuencia suscitan también un sentimiento de vergüenza en el público, porque es una forma individual y colectiva de mirarse al espejo. Esto puede evitar que el miasma político se normalice.
En el hundimiento de Xóchitl y su barcaza de papel no hay épica. Solamente pena ajena por su nivel de miseria humana, tan ruidosamente celebrado por los odiadores desplazados de la ubre presupuestal. Reitero lo escrito en estas mismas páginas hace algunos meses: a mi juicio, esta es la contienda presidencial más dispareja desde 1976, cuando José López Portillo fue candidato único.