Las cosas por su nombre

Por Ramón Alfonso Sallard

El fraude electoral de 1988 y el ríspido proceso posterior en la Cámara de Diputados, constituida en Colegio Electoral para calificar la elección presidencial, obligaron a Carlos Salinas a buscar la legitimidad en el ejercicio del poder. En los meses previos a la toma de posesión, el priista y la dirección nacional del PAN convinieron la hoja de ruta para un futuro bipartidista, acorde con el modelo estadounidense. Este pacto excluía a la izquierda electoral, a cuyo líder, Cuauhtémoc Cárdenas, le había arrebatado la victoria mediante la adulteración de los resultados electorales.  

Se inauguró así una época en la que gubernaturas, alcaldías y otros cargos de elección popular se negociaban en la mesa, independientemente del resultado en las urnas. A ese modelo se le denominó concertacesiones.

Si bien la operación política es bastante conocida, pues ha sido documentada con amplitud por periodistas y académicos, la parte propagandística y mediática ha sido menos divulgada. Pocos recuerdan el modelo, no obstante que fue este el que consolidó a Salinas en el poder y le brindó amplio margen de acción para sacar adelante sus reformas privatizadoras.

Los principales operadores políticos del presidente, durante la primera mitad de su sexenio, fueron Manuel Camacho, Luis Donaldo Colosio y Fernando Gutiérrez Barrios en ese orden. Los tres ya fallecieron. Sin embargo, pocos periodistas y académicos se han ocupado de documentar lo que hicieron los propagandistas del régimen, quizá porque todos ellos siguen vigentes en distintos espacios mediáticos y académicos, y desde esas trincheras continúan sirviendo a los intereses del salinismo. Aquel equipo de élite, coordinado por Otto Granados Roldán, estuvo conformado también por José Carreño Carlón, Raymundo Riva Palacio, Pablo Hiriart y Rubén Álvarez Mendiola.

El sexenio de Salinas inició en 1988 con Otto Granados en la Coordinación General de Comunicación Social de la Presidencia de la República; José Carreño en la dirección general del diario gubernamental El Nacional, ya desaparecido; y Raymundo Riva Palacio en la dirección general de la agencia oficial Notimex. Hiriart y Álvarez (último coordinador de Comunicación del INE con Lorenzo Córdova), ocupaban entonces sendas subdirecciones, pero luego alcanzarían la titularidad tanto del diario como de la agencia.

En 1992, Granados fue postulado por el PRI como candidato a la gubernatura de Aguascalientes, puesto que obtuvo y conservó hasta 1998. Carreño ocupó su lugar y terminó el sexenio como vocero. A su vez, Hiriart suplió a Carreño en la dirección de El Nacional (92-94), proveniente de la dirección de Notimex (90-92). Riva Palacio lo precedió (88-92) y Rubén Álvarez lo sucedió (92-94).

Muchos años después, Otto Granados presumiría la forma de operar de este equipo. En un artículo publicado por el diario español El País, el 23 de julio de 2021, el político, quien concluyó el sexenio de Enrique Peña Nieto como secretario de Educación Pública (diciembre de 2017-noviembre de 2018), relató:

Entre 1988 y 1992 trabajé en la administración de Carlos Salinas de Gortari como director general de Comunicación Social y vocero de la Presidencia […]  En septiembre de 1988, Salinas, entonces presidente electo, me citó para conversar. Me dijo que, en ese momento, dada la coyuntura tan compleja y polémica en que había transcurrido la campaña y la elección y lo difícil que sería el arranque, necesitaba montar un aparato potente de comunicación y diseñar una política eficaz que ayudara a la consolidación inicial de su presidencia, y me pedía encargarme de ejecutar esa estrategia.

Mi argumento era que en otros tiempos, pero en especial en la administración saliente, la dispersión en el diseño, la formulación y la ejecución de la comunicación había sido errática, como lo ejemplificó la crisis del temblor de 1985, y si queríamos evitarlo era indispensable centralizar la dirección, tratar de que el aparato operara como un continente más que como un archipiélago, hacer que los responsables del área en el conjunto del gobierno -muchos de ellos con un colmillo más afilado y retorcido que el mío- tocaran como una orquesta, y maximizar la coherencia y el impacto de acciones y mensajes. Este diseño incluía, y el presidente electo accedió, que los medios y agencias del Estado que formaban parte de la estructura orgánica de Gobernación pasaran a depender funcionalmente -es decir: de hecho- de la Presidencia, lo cual no solo afinaría su sinergia sino que evitaba el manejo desleal, faccioso y tramposo con que se condujeron desde esta secretaría en el sexenio previo.

[…]

Con ese enfoque, la arquitectura de la comunicación se organizó sobre pilares más o menos sencillos: claridad de los mensajes centrales; transmitirlos bien y oportunamente a los públicos relevantes; reunir a un equipo lo más experimentado posible de jefes de comunicación en cada dependencia relevante del Gobierno; articular una relación eficiente tanto con los editores y redactores como con los propietarios de los medios; mantener una buena coordinación y disciplina de todas las agencias estatales vinculadas con la comunicación, y ganar confianza y credibilidad. Medidos contra esas finalidades, los resultados fueron más que aceptables: en sus primeros treinta meses de gobierno, la aprobación promedio de Salinas se mantuvo en el orden del 72% y en las elecciones legislativas de agosto de 1991, primeras que organizó el recién nacido Instituto Federal Electoral, el partido en el Gobierno levantó el 61,43% de la votación, lo que le dio, por sí solo, 320 diputados federales”.

¿Cómo se tradujo, en los hechos, esta política de comunicación dirigida desde Los Pinos? Primero, el vocero de Salinas emitía la orden, que se materializaba en notas y análisis en El Nacional y Notimex. Luego, estos medios tiraban línea a los alineados, que aran la abrumadora mayoría. Es decir, el nado sincronizado que exhiben hoy algunos medios y plumas no nació en el presente sexenio, sino muchos años atrás. Los propagandistas del salinismo estructuraron el modelo desde el poder público y hoy lo siguen operando desde la oposición.

El objetivo, entonces como ahora, ha sido demoler a la izquierda, atribuyéndole toda suerte de acusaciones e ilícitos. A Cárdenas lo pulverizaron, políticamente hablando, casi de inmediato. En tres años prácticamente borraron del mapa electoral a su movimiento político. El hijo del divisionario de Jiquilpan nunca más pudo volver a ser competitivo como candidato presidencial. En 1994 y 2000 quedó en tercer lugar, muy lejos de los ganadores.

Mañana continúo con esta historia. Quizá algunas notas de El Nacional y Notimex que citaré parezcan actuales, pero no: fueron publicadas hace más de 30 años. Y es que el esquema no ha cambiado. La fabricación de noticias es muy similar. Sólo hay que sustituir al destinatario. En lugar de Cuauhtémoc Cárdenas hay que colocar el nombre de Andrés Manuel López Obrador.

Claro, existe una enorme diferencia en la correlación de fuerzas: durante el salinismo aplastaron a un líder opositor por medio de propaganda ilegítima y montajes periodísticos, pero hoy combaten al presidente de la República. No es lo mismo, diría el clásico. Aunque la DEA, y los informantes periodísticos de esta agencia, quieran involucrarlo con el narcotráfico.

La respuesta suele ser tan fuerte, que un periodista tan artero como Raymundo Riva Palacio ya solicitó, y obtuvo, una medida cautelar dentro de un juicio de amparo, para evitar que le respondan y/o pronuncien su nombre el presidente de la República y Elizabeth García Vilchis, titular del segmente “Quién es quién en las mentiras de la semana”, que se transmite cada miércoles en las mañaneras de AMLO. Vaya que los salinistas tienen la piel delgada.

Por Redaccion

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